Poesía hondureña

                                                  POETAS HONDUREÑOS


Antonio José Rivas

                                       La asunción de la rosa

Luz de rodillas. Circular aroma
que sobre el prisma del color se empina.
Dulce contrasentido de la espina.
Rocío de la nube y la paloma.

Espejo del arrullo. Claro idioma.
Súbito embrujo de la golondrina.
Palma que limpia el alba y la destina
para la piel del ángel que se asoma.

Ala de nieve en redimido vuelo.
Por la espina la cruz se adhiere al cielo
y el viento sabe de lucero erguido.

Gota de luna que en su mundo asume
la península breve del perfume
que es el amor que se quedó dormido.


José Adán Castelar

                                      Arraigo

Aquí vine a vivir
Soy parte de esta piedra
y de esta calle
un pedazo de aquel niño,
de este viejo.

Ese perro ajeno acude a mi llamado.
Soy un poco de hierba humana.
El rocío, como a las
ramas, corona
mis hojas.

Entiendo el silencio de los árboles, sé lo que dicen
en la lluvia, sobre todo cuando el cielo cae al arroyo.

Soy parte de todo esto: hombres, niños, mujeres,
aguas, lunas, briznas muertas, flores, zapatos viejos,
harapos que vistieron una infancia,
la antología o la mar del verde.

Hasta el sapo
en mi corazón encuentra un rayo de sol.

Vine a vivir a este lugar, a cumplir con mis deberes
sin falsos lamentos y con el don de la espera
entre los años.

Aunque un día parta, halladme aquí siempre.
No me iré de este rincón jamás. Formo parte de él como sus estaciones.
Como sus habitantes, como sus muertos.
Aunque no esté aquí, aquí estaré.
Aunque un día de pronto me vaya, aquí viviré.



Alfonso Guillén Zelaya  (1888 - 1947)

                                    VENDRÁN LOS NUEVOS DÍAS 


Vendrá el mañana libre. Vendrá la democracia, no por mandato extraño, ni por divina gracia; vendrá porque el dolor ha de unirnos a todos para barrer miserias, opresores y lodos.

Vendrá la libertad. Sobre el pasado inerte veremos a la vida derrotando la muerte. Tendremos alegría, tendremos entusiasmo, la actividad fecunda sucederá al marasmo, y en la extensión insomne de todos sus caminos, se alzarán majestuosos tus cumbres y tus pinos.

Pinares hondureños, pinares ancestrales, enhiestos, eminentes, serenos, inmortales, bandera de victoria contra las tiranías, vendrán los días de oro, vendrán los nuevos días.

-----------------------------------------------------------------------

                                    ÉCHAME A LA SENDA 

Señor, dame un camino y empújame a la mar, mándame a todo rumbo por bosques y desiertos, por llanos y guijarros o por floridos huertos que me siento cansado de tanto descansar.

Dame cualquier camino para peregrinar hoy tengo los impulsos de la marcha despiertos; échame a todos los mares, guíame a todos puertos, que amo la incertidumbre y no puedo esperar.

Sólo tu voz espero para hacerme a la marcha; no temeré la espina ni me helará la carcha y gustaré el sustento que me quieras brindar.

Me ofreceré de báculo si encuentro algún caído, de padre si hay un huérfano, de esperanza si olvido: pero échame a la senda que yo quiero rodar.
------------------------------------------------------------------------------

                                                  COMO EL AGUA

Por: Augusto C. Coello

Como el agua de limpio y cristalino, como el agua de claro y transparente, como el agua cordial que en el camino calma la angustia de la sed ardiente. Como el agua que copia es astro de oro en el limpio cristal de su corriente; como hilo de agua diáfana y sonoro, y parlero y sutil y refulgente...

Así quisiera ser... Que ansias Dios mío, de ser un fresco y candoroso rio en ignorada soledad florida; O ser aire, o ser piedra o no ser nada, y no carne maldita condenada a las hambrientas garras de la vida.

-----------------------------------------------------------------------

Juan Ramón Molina, Honduras, 1875


                                            La araña

Ved con qué natural sabiduría
las finas hebras a las hojas ata,
y una red teje de fulgor de plata
que la infeliz Aracné envidiaría.

Mas si el viento soplante con porfía
la prodigiosa tela desbarata,
vuelve otra vez a su labor ingrata,
y una malla más tenue alumbra el día.

Hombre, que tus empresas no coronas
porque al primer fracaso o desperfecto
a un esteril desmayo te abandonas;

ten de tu vida y tu vigor conciencia,
y aprende al ver el triunfo de ese insecto
una lección sublime de paciencia.


                                  Esquivando miradas...

Esquivando miradas indiscretas,
por oscuros y negros callejones,
al fin logré llegar a tus balcones
cargados de oloríferas macetas.

¡Cuántas pláticas dulces y secretas
llenas de juramentos e ilusiones,
tuvimos en aquellas ocasiones
al voluptuoso olor de las violetas!

¿En dónde estás, oh casta Margarita,
que en mi azarosa juventud lejana
me concediste la primera cita?

Te evaporaste como sombra vana,
y hoy, hecha polvo tu feliz casita,
se ignora dónde estuvo tu ventana.


                                              Sursum

No nos separaremos un momento
porque –cuando se extingan nuestras vidas–
nuestras dos almas cruzarán unidas
el éter, en continuo ascendimiento.

Ajenas al humano sufrimiento,
de las innobles carnes desprendidas,
serán en una llama confundidas
en la región azul del firmamento.

Sin dejar huellas ni invisibles rastros,
más allá de la gloria de los astros,
entre auroras de eternos arreboles,

a obedecer iremos la divina
ley fatal y suprema que domina
los espacios, las almas y los soles.
-----------------------------------------------------------------

                                          Pesca de sirenas

Péscame una sirena, pescador sin fortuna,
que yaces pensativo del mar junto a la orilla.
Propicio es el momento, porque la vieja luna
como un mágico espejo entre las olas brilla.

Han de venir hasta esta ribera, una tras una,
mostrando a flor de agua el seno sin mancilla,
y cantarán en coro, no lejos de la duna,
su canto, que a los pobres marinos maravilla.

Penetra al mar entonces y coge la más bella,
con tu red envolviéndola. No escuches su querella,
que es como el aleve de la mujer. El sol

la mirará mañana entre mis brazos loca
—morir bajo el divino martirio de mi boca—
moviendo entre mis piernas su cola tornasol.
-------------------------------------------------------------------------------

                                     Metempsicosis

Del ancho mar sonoro fui pez en los cristales,
que tuve los reflejos de gemas y metales.
Por eso amo la espuma, los agrios peñascales,
las brisas salitrosas, los vívidos corales.

Después, aleve víbora de tintes caprichosos,
magnéticas pupilas, colmillos venenosos.
Por eso amo las ciénagas, los parajes umbrosos,
los húmedos crepúsculos, los bosques calurosos.

Pájaro fui en seguida en un vergel salvaje,
que tuve todo el iris pintado en el plumaje.
Amo flores y nidos, el frescor del ramaje,
los extraños insectos, lo verde del paisaje.

Tornéme luego en águila de porte audaz y fiero,
tuve alas poderosas, garras de fino acero.
Por eso amo la nube, el alto pico austero,
el espacio sin límites, el aire vocinglero.

Después, león bravío de profusa melena,
de tronco ágil y fuerte y mirada serena.
Por eso amo los montes donde su pecho truena,
las estepas asiáticas, los desiertos de arena.

Hoy (convertido en hombre por órdenes obscuras),
siento en mi ser los gérmenes de existencias futuras.
Vidas que han de encumbrarse a mayores alturas
o que han de convertirse en génesis impuras.

¿A qué lejana estrella voy a tender el vuelo,
cuando se llegue la hora de buscar otro cielo?
¿A qué astro de ventura o planeta de duelo,
irá a posarse mi alma cuando deje este suelo?

¿O descendiendo en breve (por secretas razones),
de la terrestre vida todos los escalones,
aguardaré, en el limbo de largas gestaciones,
el sagrado momento de nuevas ascensiones?.

-------------------------------------------------------------------

Clementina Suarez

                                                             El Regalo 


Quisiera regalarte un pedazo de mi falda, hoy florecida como la primavera. Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle - brazo de mar de olas inasibles - la ebriedad de mis pies frutales con sus pasos sin tiempo.

La raíz de mi tobillo con su eterno verdor, el testimonio de una mirada que te dejara en el espejo como arquetipo de lo eterno. La voluble belleza de mi rostro, tan cerca de morir a cada instante a fuerza de vivir apresurada.

La sombra de mi errante cuerpo detenida en la propia esquina de tu casa. El abejeante sueño de mis pupilas cuando resbalan hasta tu frente. La hermosura de mi cara en una doncellez de celajes. La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño, y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.

Mi alborozo de niña que vive el desabrigo para que tú la cubras con la armadura de tu pecho. O con la mano aérea del que va de viaje porque su sangre submarina jamás se detiene. La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas y la virginal lluvia del río más oculto. Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego, el vientre como abanico despliega.

La espalda donde bordas tus manos hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha. La pasión con que desgarras en el lecho del mismo torrente inabarcable como si el mismo corazón se te hiciera líquido y escapara de tu boca como un mar sediento.

El manojo de mis pies despiertos andando sobre el césped. Como si trémulos esperaran la inexpresada cita donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas. Y en tus dedos apresado el apremio de la vida que en libertad dejó tu sangre, aunque con su cascada, con su racha, los árboles del deshielo, algo de ti mismo destrozaran.

La cabellera que brota del aire en líquidas miniaturas irrompibles para que tus manos indemnes hagan nido como en el sexo mismo de una rosa estremecida. La entraña donde te sumerges como buscando estrellas enterradas o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos. La boca que te muerde como si paladeara ríos de aromas; o hincándote los dientes matizara la vida con la muerte.

El tálamo en que mides mi cintura en suave supervivencia intransitiva, en viaje por la espuma difundido o por la sangre encendida humanizado el mundo en que vivo estremecida de gestaciones inagotables. El minuto que me unge de auroras o de iridiscencias indescriptibles.

Como si a ritmo de tu efluvio soberano salvaras el instante de miel inadvertida; O dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas el tiempo desmedido y remedido. En que apresados quedaran los sentidos y al fin ya sin idioma, desnudos totalmente. Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas o por tener cicatrices se extenuaran los brazos.

La piel que me viste, me contiene y resuma, la que ata y desata mis ramajes. La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo y te entrega su más íntimo secreto. Mi vena, llaga viva, casi quemadura, huella del fuego que me devora.

El nombre con que te llamo para que seas el bienvenido.
 El rostro que nace con la aurora y se custodia de ángeles en la noche.
 El pecho con que suspiro, el latido, el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.

La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia y te deja cautivo en él, duerme, sueño del amor. 
Árbol de mi esqueleto hasta con sus mínimas bisagras. 
El recinto sombrío de mis fémures extendidos.

La morada de mi cráneo, desgarrado lamento, pequeña molécula de carne jamás humillada. 
El orgullo sostenido de mis huesos al que hasta con las uñas me aferro. 
Mi canto perenne y obstinado que en morada de lucha y esperanza defiendo.

La intemporal casa que mi polvo amoroso te va ofreciendo.
El nivel del quebranto o la herida que conmigo pudo haber terminado. 
El llanto que me ha lavado y que este pequeño cuerpo ha trascendido. 
Mi sombra tendida a merced de tu recuerdo.
 La aguja imantada con su impensable polen y sus rojas brasas. 
Mi gris existencia con su primera mortaja Mi muerte con su pequeña eternidad.


Clementina Suarez

                                     Poema del hombre y su esperanza

Ahora me miro por dentro
y estoy tan lejana,
brotándome en lo escondido
sin raíces, ni lágrimas, ni grito.

-Intacta en mí misma-
en las manos mías
en el mundo de ternura
creado por mi forma.

Me he visto nacer, crecer, sin ruido,
sin ramas que duelan como brazos,
sutil, callada, sin palabra para herir,
ni vientre que reboce de peces.

Como rosa de sueño se fue formando mi mundo.
Ángeles de amor me fueron siempre fieles
en la amapola, en la alegría y en la sangre.
Cada caracol supo darme un rumbo
y una hora para llegar.
Y siempre pude estar exacta.
A la cita del agua, de la ceniza
y la desesperanza.

Frágil, pero vital, fue siempre mi árbol,
al hombre y al pájaro les fui siempre constante.
Amé como deben amar los geranios,
los niños y los ciegos.

Pero en cualquier medida
estuve siempre fuera de proporciones,
porque mi impecable y recién inaugurado mundo
tritura rostros viejos
modas y resabios inútiles.

Mi caricia es combate,
urgencia de vida,
profecía de cielo estricto
que sostienen los pasos.

Creadora de lo eterno,
dentro de mí fuera de mí
para encontrar mi universo.

Aprendí, llegué, entré,
con adquirida plena conciencia
de que el poeta va solo
no es más que un muerto, un desterrado,
un arcángel arrodillado que oculta su rostro,
una mano que deja caer su estrella
y que se niega a sí mismo a los suyos,
su adquirido o supuesto linaje.

De esta ciega o absurda muerte o vida,
ha nacido mi mundo,
mi poema y mi nombre.

Por eso habla del hombre sin descanso,
del hombre y su esperanza.


No hay comentarios:

Publicar un comentario